El oficialismo bancó el proyecto repitiendo el discurso de que “no es deuda nueva”, pero ni los propios legisladores aliados lograron sostener una explicación coherente durante la sesión. La oposición fue contundente: se trata de otro endeudamiento acelerado, sin planificación, que compromete el futuro financiero de la provincia a tasas impagables.

La maniobra expone la dependencia política de Weretilneck respecto del Gobierno nacional, con el que busca alinearse para no quedar aislado en un escenario donde su poder provincial empieza a erosionarse. La pérdida de control interno quedó a la vista en los debates previos, donde crecieron las voces que cuestionan su manejo, su falta de transparencia y su obsesión por financiar el déficit con más deuda de corto plazo.

Mientras la provincia acumula obligaciones que ya no puede afrontar, Weretilneck insiste en un modelo agotado: administrar la crisis pidiendo prestado, sin un plan de ordenamiento real y sin explicaciones claras sobre el destino de los fondos. La aprobación legislativa le garantiza aire político momentáneo, pero profundiza el deterioro económico y acelera la pérdida de autoridad de un gobernador cada vez más cuestionado, tanto dentro como fuera de su propio espacio.