El triángulo del poder en sombras: Villaverde, Weretilneck y la mesa chica que nadie quiere nombrar
En la política rionegrina nada ocurre por azar. Los silencios pesan más que las declaraciones, y las alianzas se escriben en códigos que nunca llegan a la superficie.
Durante la campaña provincial, Alberto Weretilneck tomó una decisión estratégica que muchos leyeron como descuido, pero que fue un movimiento calculado al milímetro: no nombrar jamás a Lorena Villaverde como adversaria real.
No era conveniente construirla como rival, porque hacerlo implicaba abrir una puerta a un vínculo que siempre estuvo ahí, soterrado, compartido, incómodo. Por eso, el gobernador eligió concentrar todo el fuego político contra Martín Soria, como si esa fuese la verdadera contienda. Lo que se calla dice más que lo que se pronuncia.
La paradoja es que la campaña de Villaverde no la sostuvo Villaverde. La sostuvo Weretilneck, vía Facundo López, su operador histórico, su monje negro, el hombre que maneja la estructura partidaria desde los pasillos y no desde la tribuna. López jamás pudo ser candidato porque no mide y porque arrastra una fama de conducción violenta, hermética y poco transparente incluso dentro de Juntos Somos Río Negro.
En la intimidad de la dirigencia se lo señala como un administrador del látigo interno, el que asegura disciplina territorial y acuerdos que no deben quedar por escrito.
En ese mismo mapa aparece Claudio Cicarelli, pareja de Villaverde, figura conocida en Viedma y amigo personal de López. Fue el propio López quien lo introdujo en el bloque legislativo de JSRN, no por mérito político sino por conveniencia operativa.
Ambos compartieron mucho más que charlas de café: compartieron estructura, favores y silencios. Ese círculo se cerraba en otro terreno donde López siempre tuvo peso decisivo: los clubes deportivos.
En el Deportivo Viedma, Cicarelli trabajó durante años como profesor de básquet y acercó a nuevos actores que comenzaron a financiar fichajes, viajes y movimientos del club. Entre ellos, “Fred” Machado, hoy extraditado y con procesos judiciales en Estados Unidos.
Machado aportó dinero real y lo hizo con la naturalidad de quien se mueve cómodo en ámbitos donde política y negocios se entrelazan sin necesidad de protocolos.
El relato oficial siempre sostuvo que Weretilneck se reunió una única vez con Machado, casi como una situación institucional obligada. Sin embargo, en varias conversaciones en off, el propio Machado afirmó que se vieron “en más de una ocasión” y que la quinta de Machado funcionaba habitualmente como espacio de encuentro con dirigentes y empresarios aliados. La versión pública no resiste la memoria privada de quienes estuvieron ahí.
Mientras tanto, Lorena Villaverde construyó un discurso de moral cívica, anticorrupción y renovación ética. Pero su propio historial está lejos de ese cartel luminoso: acumuló denuncias, conflictos judiciales y hasta un episodio de detención por tenencia de cocaína en Estados Unidos, registrado y nunca desmentido por ella. La candidata que se presenta como ruptura es, en realidad, producto del mismo barro que dice combatir.
A todo esto se suma la debilidad política actual de Weretilneck. Se quedó solo. Rompió a los días de asumir con Martín Doñate y La Cámpora provincial, desgastó hasta el límite la relación con el vicegobernador Pedro Pesatti —a quien le había prometido, reiteradas veces, que sería el candidato natural a senador en 2025— y terminó imponiendo nuevamente a López como figura de proyección, a pesar de su mala imagen y de los rumores persistentes sobre manejos financieros oscuros, incluyendo aquel episodio del robo de 400 mil dólares en su vivienda, del que puertas adentro se dice que no era dinero familiar, sino partidario.
Con la fractura abierta, los gremios ya no responden, los intendentes dudan y la estructura que antes se ordenaba por reflejo hoy solo se disciplina por amenaza.
Por eso, en los círculos donde se proyecta a largo plazo, ya se habla sin rodeos de lo que podría venir en 2027: una alianza entre Villaverde y Weretilneck.
No por afinidad política, ni siquiera por conveniencia programática, sino por una razón más profunda y más cruda: los dos necesitan sobrevivir a la implosión que ya está en marcha. Si no se unen, se hunden por separado. Si se juntan, pueden intentar recomponer el mando territorial y disciplinar nuevamente a los sectores que hoy huelen sangre.
La pregunta, entonces, no es si pueden unirse. La pregunta es cuánto están dispuestos a entregar para salvarse. Río Negro se acerca a un escenario que no se define por proyectos de futuro, sino por el miedo a perder el control del presente. Y cuando el poder se maneja desde el miedo, lo que viene no es negociación.







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