El pionero del “oro negro” patagónico: el rionegrino Humberto Castro y la búsqueda de trufas de Choele Choel
Mientras buena parte de la Patagonia sigue girando alrededor del petróleo, el gas y la vieja matriz extractiva, en el Valle Medio de Río Negro hay un productor que decidió caminar por el sendero menos transitado. Se llama Humberto Castro, y su apuesta se sostiene bajo tierra: el cultivo de trufas negras, conocidas en el mundo gourmet como “el diamante negro”.
Castro plantó hace más de una década una arboleda de robles inoculados en una chacra de cinco hectáreas en Choele Choel. A diferencia de los proyectos rápidos, con retorno inmediato o salida directa al mercado, el suyo exigía paciencia, riesgo y una fe casi irracional en la tierra. La producción de trufas no ofrece resultados antes de siete u ocho años. Es, literalmente, sembrar para otro tiempo.
Cuando finalmente llegó la primera cosecha, el productor no lo pudo contener: lloró. No por un gesto romántico, sino porque había logrado lo que nadie había hecho antes en el sur argentino. La primera trufa patagónica fue un hecho.
Un oro negro que no se perfora
Lo que Humberto descubrió no necesita torres, ductos ni fractura. No requiere saldo de tensiones ambientales ni debates sobre licencias sociales. La trufa crece en silencio, debajo del suelo, asociada a las raíces del árbol y esperando ser encontrada por perros entrenados especialmente para detectar su aroma.
En un contexto regional donde lo “negro” siempre remitió al petróleo, Castro instaló otra conversación: la Patagonia también puede producir lujo alimentario, valor agregado y exportación sin destruir su territorio.
Su chacra, pequeña en comparación con el paisaje infinito que la rodea, se transformó en símbolo de algo más grande: una economía alternativa que se abre paso en una región históricamente condicionada por el modelo extractivo.
Un modelo que puede replicarse
El caso Castro empieza a despertar interés entre productores jóvenes, emprendedores gastronómicos y gobiernos locales que buscan diversificar. Las trufas no prometen milagros ni reemplazos inmediatos al petróleo, pero sí ofrecen una señal concreta: el sur puede innovar, generar identidad propia y crear cadenas de valor donde antes había dependencia.
La clave está en el método: paciencia, manejo agronómico preciso, conocimiento y vínculo con la tierra. Nada que la Patagonia no tenga grabado en su ADN.
Identidad, territorio y una nueva narrativa
En un tiempo donde se discute cómo será el futuro productivo del país, Humberto Castro representa otra forma de desarrollo. Una que no se basa en el saqueo ni en la urgencia, sino en el tiempo, la escala pequeña y el compromiso con el lugar en el que se vive.
Su historia es la prueba de que a veces los cambios empiezan en el silencio, debajo de la superficie, esperando convertirse en aroma, sabor y símbolo.
La Patagonia, tierra de petróleo, viento y montaña, también puede ser tierra de trufas.
Y Castro, más que un productor, es el que abrió la puerta.







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